Por: Bibiana Mendoza
“La fotografía es, antes que nada, una manera de mirar. No es la mirada misma”
Susan Sontag, Sobre la fotografía
Asistimos al gran espectáculo del entretenimiento. Imágenes que circulan por distintos medios y en infinitos formatos nos cautivan diariamente. Breves instantes capturados por millares de personas en el mundo entero nos bombardean cada segundo a través de grandes y chicas pantallas. Todos quieren ser vistos y reconocidos, recordados y amados en esta era narcisista. Se implantó un nuevo estado de la cultura, del ser, de las relaciones sociales, y de los espacios íntimos o privados. Redes sociales, correos y dispositivos electrónicos se han convertido en una prolongación de nuestro cuerpo y de nuestra mente.
Al ser parte de esa aldea global, nos vendieron la idea de que compartiríamos información, conocimiento, emociones, y ya no estaríamos solos ni incomunicados. Esto en su momento causó entusiasmo y optimismo, pero hoy son más las incertidumbres, las rupturas, las generalizaciones de un contexto y la confusión sobre lo que somos y la construcción de la realidad. Lo que debiera ser claro, visible, real y confiable, se vislumbra oscuro, borroso o como un espejismo con el que creemos identificarnos y contar una supuesta verdad.
Pero, ¿qué tanto conocemos del mundo y de nuestra historia? ¿Una imagen es el reflejo de la realidad? ¿Qué otras realidades se muestran a través de ella? ¿Con tan solo encender el televisor, revisar el celular o compartir momentos instantáneos de una latitud a otra podemos construir un concepto de lo que acontece y de lo que nos caracteriza como seres humanos? Hoy, entre más información circula es evidente que no estamos totalmente informados. Creemos que ya todo lo sabemos; que cada vez más nos acercamos a un otro que creíamos ajeno y lejano; que sin movernos de casa estamos al tanto del mundo entero, pero este es el engaño en el que hemos caído.
Seducidos por ese universo de imágenes, objetos, información, valores y modos de vida, nos hemos acostumbrado a ver la repetición de representaciones día y noche y a escuchar los mismos discursos en las voces de siempre. Lo paradójico es que el mundo posmoderno nos ofrece una diversidad y flexibilidad de elección, aun cuando no encontramos respuestas claras a problemas o enigmas tan complejos con los que vivimos diariamente. La obsesión por la información y la expresión ha llevado, como lo pronosticaba Lipovetsky (1986), a una comunicación “sin objetivo ni público”, donde todos tienen “el derecho y el placer narcisista de expresarse para nada, para sí mismos (…). Comunicar por comunicar, expresarse sin otro objetivo que el mero expresar…” (p. 15).
La fotografía: contra el olvido y el dolor
En medio de esa masa amorfa llamada sociedad, cada vez nos es más difícil diferenciar qué es real o ficción. Los ciudadanos se transforman, se fusionan las culturas y se proponen nuevas formas de expresión simbólica. Los medios, convertidos en instrumentos comerciales y de entretenimiento, se limitan a pasar noticieros que avivan el odio y el miedo, al igual que realities que rinden culto a las intrigas, obsesiones y debilidades humanas. Es así como la sociedad se lee a través de imágenes que simulan la vida real, y muchos prefieren esconderse tras los telones del entretenimiento y el goce, o ser indiferentes e indolentes ante las imágenes de violencia y dolor.
Por momentos, en un país como Colombia, pareciera que las huellas que deja la violencia y la guerra se han convertido en mercancías canjeables de grandes empresas mediáticas, o golosinas cotidianas que buscan saciar las ansias de morbo de personas insensibles. Son pocos los espacios para el análisis y la crítica libre, además es evidente la polarización de un bando y de otro que lanzan irresponsablemente mensajes politizados. Se ha instalado el adormecimiento y ceguera en los ciudadanos, quienes en ocasiones no quieren conocer esa historia larga de violencia. Es como si se prefiriera enterrar esa conciencia del pasado que tanto incomoda y lastima, prueba de ello es que están los que desde la comodidad de su hogar se sienten seguros al no participar de ese lugar lejano, aislado e inseguro.
Frente a este espectáculo de desconcierto hay quienes han desafiado el poder y el sistema imperantes, seres que se han preguntado ¿Cómo narrar lo ya dicho? ¿Qué palabras utilizar para describir tanto horror y barbarie? ¿Cómo mostrar esa verdadera realidad que se ha ocultado por años? Sin duda, la respuesta ha estado en el arte, en esas otras formas de expresión a través de la palabra y lo audiovisual. Otros instrumentos de resistencia, movilización, justicia y reparación contra el dolor y el olvido, que son el testimonio de una guerra pero a la vez la posibilidad de reivindicación de miles de voces silenciadas.
Diez meses después de la toma armada de la guerrilla de las Farc que destruyó cerca de 250 viviendas y dejó 5 policías y 18 civiles muertos, una población realiza la marcha del ladrillo para reconstruir su pueblo. Granada, octubre de 2001. Jesús Abad Colorado. Tomado del Informe General del Grupo de Memoria Histórica ¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad.
Una de esas personas que se ha encargado de reconstruir la historia de poblaciones arrasadas por la violencia y dar visibilidad a las víctimas es Jesús Abad Colorado, fotoperiodista colombiano que lleva más de 25 años registrando con su lente la memoria histórica del conflicto armado. Como bien lo ha señalado en repetidas ocasiones nunca ha buscado con la fotografía “que la gente se horrorice, sino que la gente busque una reflexión sobre su país”. De esta manera es a través de las imágenes que encontró una manera de hablar y narrar de manera profunda la vida y el sobrevivir. Su trabajo, además de ser una denuncia o documento social, es una representación cultural y estética de la muerte, la tristeza, el desplazamiento, el miedo, la indignación y la impunidad.
Luis Eduardo Salazar fue asesinado por los paramilitares, en el municipio de San Carlos, junto a 12 personas más, entre ellos varios líderes del pueblo que fueron decapitados y arrojados a las aguas del río. Jesús Abad Colorado, octubre 1998.
Sus fotografías recuperan esas prácticas sociales, costumbres, creencias y valores que se han eliminado con balas. Esos retratos de miles de desplazados son pruebas o huellas de un pasado lleno de horror, pero que a la vez dan valor a un presente y vislumbran un futuro. Ellas, más allá de conmover o generar compasión, proponen descubrir lo que esconden esos rincones y objetos en ruinas, escuchar esas historias particulares que no son tenidas en cuenta, además de ofrecer otra mirada para comprender la realidad. Lucha contra esos lugares comunes de la violencia para capturar y rescatar la vida misma, la historia de esos territorios destruidos, las emociones de tantos rostros y el significado de humanidad con plena honestidad.
Como todo arte su trabajo crea bellas metáforas visuales, que no responden a contar lo predecible bajo un lenguaje crudo, vulgar o instrumental, sino evocar otros relatos no dichos o invisibles que inviten a cuestionar lo establecido o la verdad oficial. Detenernos a mirar estas bellas y desgarradoras imágenes nos permite entender el verdadero significado de la esperanza, la dignidad y la valentía para vencer a la muerte y al olvido. Una mirada íntima que nos remueve el alma, pero sobre todo nos invita a reflexionar e interrogarnos por lo que somos.
Del reportaje “Escuelas bajo el fuego”, Jesús Abad Colorado, publicado en “Cromos”, agosto 2002. La imagen también hace parte de su libro “Mirar de la vida profunda” (2016).
San Vicente del Caguán, Caquetá, julio 2000. Jesús Abad Colorado.
Comuna 13, Medellín, Colombia, 2002. Jesús Abad Colorado.
Referencias
Grupo de Memoria Histórica (GMH) (2013). ¡Basta ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad. Informe general Grupo de Memoria Histórica. Bogotá: Imprenta Nacional. Recuperado de http://www.centrodememoriahistorica.gov.co/descargas/informes2013/bastaYa/basta-ya-memorias-guerra-dignidad-new-9-agosto.pdf
Lipovetsky, G. (1986). La era del vacío. Ensayos sobre el individualismo contemporáneo. Barcelona: Editorial Anagrama.