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Por: Cristina Sánchez Parra
El pasado 19 de septiembre, los habitantes de la ciudad de México escucharon las alarmas sísmicas, eran las 11 de la mañana y todo hacía parte de un simulacro que año tras año se realiza después del inolvidable terremoto de 1985, que partió la historia de la ciudad en dos, dejando como saldo más de 10 mil fallecidos. A partir de entonces, se programaron actividades para educar a las personas sobre la manera en que tienen que actuar en caso de sismos, todo ciudadano mexicano sabe lo que significa: “no corro, no grito, no empujo” la frase que enseñan a los niños en las escuelas para instruirlos en caso de un movimiento de tierra.
Sin embargo, con el paso de los años, los simulacros fueron perdiendo repercusión. Muchas personas aseguran hacer caso omiso a este tipo de actividades, pues el tiempo fue borrando el recuerdo de aquellas escenas terribles de 1985, sobre todo en las generaciones más jóvenes. Eso cambió hace un par de semanas, casi dos horas después del simulacro, a las 13h14min.la tierra sorprendió a los capitalinos con un terremoto de intensidad de 7.1° en la escala de Richter. El epicentro, localizado apenas a 120 kms. de la capital no dio tiempo a las alarmas de advertir a los habitantes para que buscaran un lugar seguro.
Bastaron menos de tres minutos para que la ciudad de México y estados aledaños vivieran un verdadero caos. Múltiples edificaciones se derrumbaron, muchas personas quedaron atrapadas en sus casas o en sus lugares de trabajo. Algunas otras perdieron la vida y otras vieron desaparecer todo su patrimonio. El sismo del 19 de septiembre se sumó a uno reciente que había ocurrido el día 7 del mismo mes, el cual afectó el sur del país, particularmente el estado de Chiapas y Oaxaca, dos territorios con una fuerte presencia indígena y altos índices de pobreza.
No obstante, ante la crisis los mexicanos mostraron su mejor rostro. La solidaridad no se hizo esperar. Desde los primeros instantes después del sismo, las personas salieron a las calles a ayudar en lo que podían en las zonas más afectadas de la capital. Los llamados millenials dieron un ejemplo de cómo pueden ser utilizadas las redes sociales para movilizar a las personas en pro de un bien común. Era realmente conmovedor ver las calles llenas de personas quienes a pesar del miedo salieron para quitar los escombros, rescatar a las personas atrapadas en las edificaciones, llevar comida y agua a los rescatistas o comenzar a recaudar víveres para los damnificados.
Después del sismo, las muestras de solidaridad fueron multitudinarias. Imagen tomada de: http://wradio.com.mx
Desafortunadamente, el otro lado de la moneda contrasta con la solidaridad de los mexicanos. Se trata de las noticias falsas que comenzaron a circular por los medios más populares del país, como la cadena Televisa, que propagó la noticia sobre una pequeña niña de nombre “Frida Sofía” que estaba atrapada bajo los escombros de su escuela “Enrique Rébsamen”. Con cámaras en directo y por horas, los periodistas informaron sobre la posibilidad de rescatar con vida a la pequeña. Sin embargo, al siguiente día se desmintió la noticia, no existía ni existió nunca una niña de nombre Frida Sofía atrapada en la edificación. ¿Qué se pretendía con esta noticia? es un tema que habrá que reflexionarse junto con la ética de los medios de comunicación ante las tragedias.
Después de las reacciones iniciales, sobre todo el desbordante respaldo de los capitalinos, se comenzaron a desvelar temas más estructurales sobre la corrupción política del gobierno de la ciudad, el cual firmó permisos de construcción sin la debida vigilancia y control de los parámetros de seguridad que se requieren para construir en una ciudad vulnerable a los sismos. Muchos de los edificios que se vinieron al piso no tenían ni siquiera tres años de haber sido inaugurados. ¿Quién le responderá a las familias damnificadas? El presidente de la república, Enrique Peña Nieto, ha dicho que dará “créditos” a los afectados, pero las víctimas no están satisfechas con esta solución. No resulta justo que la alternativa que ofrezca el Estado sea la del endeudamiento, cuando ni siquiera hay un compromiso real por investigar a las firmas constructoras, responsables en gran medida de la tragedia.
El sismo del 19 de septiembre dejó un saldo de más de 350 personas fallecidas, principalmente atrapadas en los escombros de los edificios. Imagen tomada de: http://media.jornada.com.mx
El 19 de septiembre se conmemoraban treinta y dos años de la tragedia de 1985, la fatídica casualidad le recordó a los mexicanos la vulnerabilidad de la vida. Los sobrevivientes del sismo seguimos aprendiendo varias lecciones trascendentales y terrenales. A propósito de lo primero, las generaciones más jóvenes comenzaron a construir nuevas memorias sobre la historia de la ciudad y todos, sin excepción, valoramos el poder despertar cada mañana. Sobre lo segundo, el terremoto de México removió viejos vicios, con los que tristemente se ha aprendido a convivir, como: la corrupción de la clase política, los intereses económicos que se superponen a la función de garantizar una vida digna a los pobladores y la falta de castigo a los responsables de las obras que se vinieron abajo, por utilizar materiales de menor calidad o por no seguir los protocolos de seguridad. El sismo dejó un mensaje implacable a los mexicanos, uno que, paradójicamente, parece haber sido tomado del mismísimo Carlos Marx: “Todo lo sólido se desvanece en el aire”.
La reconstrucción de la ciudad apenas comienza, muchos damnificados del sismo siguen durmiendo en carpas improvisadas en la calle, cuidando las pocas pertenencias que les quedaron. La sociedad civil sigue atenta a prestar ayuda, llevan alimentos y productos de primera necesidad, para que la desgracia no se lleve la dignidad. Los reclamos no se han hecho esperar, los propietarios exigen al gobierno soluciones justas. México resiste, se reconstruye y honra a sus muertos con la entereza de un pueblo que se levanta a pesar de sus malos gobernantes.
PachaMãe 