CASSIELDANTE
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El bar tiene onda. La decoración, con carteles de películas clásicas, discos, libros y cosas viejas, me gustó de entrada. Era viernes por la noche y estaba a reventar cuando llegamos. Rose me dijo que la comida era muy buena y la cerveza estúpidamente gelada. Comentó también que Mercearia era frecuentado por artistas, estudiantes y un público alternativo que buscaba buena música, un ambiente bacano y precios justos.
Rose no encontraba a sus amigos, había mucha gente. Todo el mundo eufórico, queriendo beber, comer y hablar como loros mojados. Soltar todo el rollo acumulado a lo largo de la semana. Lo digo porque a mí también me pasa. Uno acumula y acumula mierda hasta que un día simplemente quieres reunirte con tu parche y explotar: beber, fumar, tirar, extrapolar. Es hasta terapéutico. Mejor hacerlo así que acumular y no soltar nada, hasta que terminas desquitándote con los más vulnerables, liberando con ellos todo lo que te hacen a ti. Así se repiten los círculos de violencia y dominio. Mejor liberarse con la fiesta, la risa, el sexo. En fin, entre carcajadas, gritos y choque de vasos, Rose encontró a sus amigos.
Todos eran cuarentones pero bien conservados, luciendo una actitud un poco afectada, como de alegría exagerada, como si intentaran verse más cool de lo que realmente son. Bueno, no sé. Esa fue mi primera impresión y casi nadie me cae bien al inicio, qué sé yo… La mesa estaba compuesta por Una que lucía una blusa blanca, aparentemente de seda e intencionalmente escotada. Bebía y reía echándose para atrás y después para adelante, meneando las tetas, mientras conversaba con Uno ya también veterano, pero con actitud juvenil y relajada, también exagerada.
Al lado de éste había Otro más interesante. Con un suéter azul claro que hacía tono con sus ojos. Ojos entre azul y verde, con pestañas largas y empinadas, pero con mirada de loco. Se me pareció a Alex De Large, protagonista de La naranja mecánica. Tenía además una cosa andrógina. Por eso, para mamar gallo con Rose, lo bautizamos el Travesti. Este bebía y hablaba compulsivamente, como la mayoría de los que estaban alrededor. Había otra mujer sentada al lado de Rose y rápidamente observé la semejanza entre las dos. La Otra parecía una copia de mi amiga: gestos y movimientos parecidos, forma de vestir similar, aire de diva. Pero copia es copia, simulacro al fin de cuentas. Deduje que se trataba de la nueva compañera del ex de Rose, lo que se comprobó al rato cuando apareció la figura: el Rodo.
Mi amiga me había hablado bastante del Rodo, me decía que cuando fuera a São Paulo tenía que conocerlo, que seguramente nos haríamos amigos. Yo le preguntaba que por qué y ella me decía que nos parecíamos, que a los dos nos gustaba beber hasta la última gota y hablar como desesperados. Por eso yo tenía curiosidad, quería ver si era verdad. Sin embargo, cuando apareció no quiso beber, dijo que se iba temprano, que al otro día tenía que hacer cosas y blablablablá. Yo creo que ver a su ex y a su copia unidas, lado a lado, tal vez lo ponía nervioso. Yo qué sé, el caso es que estuvo muy contenido, amable, alegre, pero sin exponerse demasiado. A veces yo también hago eso. Quizá sí nos parezcamos…
“O cara arranjou uma igualzinha a você, né Rose!”, le dije más tarde. “Pois é velho, ela parece comigo, né? kkkkk”. “Parece mesmo, mas acho que ela quer imitar você kkkkk”.
El cuadro se completaba con Giba. “Você precisa conhecer o Giba”, me dijo Rose mientras comíamos un delicioso sándwich de pernil con abundante cerveza. Sólo que Giba no paraba en la mesa. Era un tipo delgado, moreno, con el pelo a ras, y parecía que tuviera hormigas en el culo. No se podía estar quieto. Se sentaba, se paraba, salía, pedía un cigarrillo. Hablaba entrecortado, como si las palabras quisieran salir todas a la vez y él las intentara infructuosamente organizar. Yo pensé que estaba empericado o con algo raro. Pero cada vez que aparecía, Rose volvía a decir: “Você tem que conhecer ese cara”.
A esas alturas ya se me había pasado el efecto del porro y como no conocía bien al combo, me limitaba a observar y participar tímidamente de algunas conversaciones. La verdad me aburría un poco. Por eso me entusiasmó la propuesta de Giba, que Rose tradujo, de ir a su apartamento a fumar uno y seguirla allá. Giba quería además tocar la guitarra y cantarnos unas canciones. La idea fue secundada por el Travesti y por un Japa gordito, que apareció después y que según Rose estaba metido en rollos de teatro o algo así.
Cuando salimos de Mercearia llovía, por lo tanto, aunque la casa de Giba, según dijeron, estuviera cerca, nos fuimos corriendo al carro de Rose y al de Travesti (que no es travesti, advierto, para evitar malos entendidos) para llegar más rápido y no mojarnos. Efectivamente el apartamento estaba cerca. Un lugar muy impersonal pero agradable.
Armaron un porrito, abrieron un vino y después todo cambió. Las sonrisas se abrieron, los cuerpos se relajaron y los ojos brillaron. Giba agarró la guitarra y comenzó a tocar y cantar. En ese momento entendí por qué Rose me insistía tanto en que tenía que conocerlo. Todo lo que no podía expresar con palabras, en el discurso oral, Giba lo expresaba, y con creces, a través de la música. “O Giba é música Rose. Ele é muito bom”, le dije a mi amiga, con una alegría y admiración espontáneas. “Eu te disse cara. Ele é demaissss”, respondió ella con esos ojos achinados por la bareta y esa sonrisa picara de quien se tiene confianza y sabe que es verdad lo que dice.
Giba cantó con amor, dolor y, sobre todo, pasión. Yo quería abrazarlo y contagiarme de esa energía tan hijueputa que brotaba de él. Así lo hice, al igual que Rose. Los tres nos abrazamos. Fue una conexión energética, que va más allá de las palabras. En esos momentos vi que Giba era como un niño grande, hiperactivo, pero inocente y profundamente sensible y supe todo eso gracias a la música. ¡Giba es música!
Cerca de la madrugada salimos de su apartamento. Íbamos chapetos, como dicen en mi tierra, felices, recargados de energía. Llegamos a la casa de Rose y arrivederci, hasta la vista beibe.
Nos despertamos como a medio día. Era sábado y hacía un clima de mierda. Seguía lloviendo, así que aprovechamos para descansar y hablar de la noche anterior. Recordar, criticar y cagarnos de la risa. En la tarde salimos a pasear por la ciudad. Fuimos al parque Ibirapuera
Comenzamos a andar sin rumbo fijo, como en París, haciendo lo mejor que sabemos: hablar mierda, pelearnos por la palabra; dejar fluir la conversación, intercalando películas, libros, viajes, chismes, burlas, críticas acidas, recuerdos, en fin, embriagarnos con el discreto encanto de la palabra. Plan tranquis, para curar la cruda, como dicen en México. Paciencia caro lector, un día llegaremos allá, por ahora sigamos en este sábado lluvioso en São Paulo.
Después fuimos a ver un montaje teatral. Algo sencillo pero interesante. Comimos algo y a descansar. El clima frío y lluvioso continuó el domingo. Rose me dijo que quería que conociera a un amigo que trabajaba con cine y que era un tipo interesante. El plan era encontrarnos con él en la Avenida Paulista, pasear un poco, tomar algo y almorzar. Cuando André llegó estaba lloviendo, así que lo de pasear se estaba complicando. Rose hizo las debidas presentaciones. Me cayó muy bien. Es un hombre de estatura media, blanco, cuarentón, con pinta de paulista. Un tipo sencillo y agradable. Encontramos una feria popular, con cervezas artesanales y diversos tipos de comidas. Me encantan estas ferias, se come y se bebe bien y a un buen precio. Pedimos unas cervezas y picamos algo.
André nos comentó que trabajaba principalmente con documental y con montaje. Me llamó mucho la atención, pues me encanta el cine y es muy bueno hablar con alguien que conozca un poco más de este mundo. La lluvia no permitió que disfrutáramos mucho del espacio abierto, así que tuvimos que ir a protegernos. Nos fumamos un porrito, lo que le puso un toque de alegría y encanto a esa tarde gris. André nos contó también que trabajaba con lectura del tarot. Como a Rose este tema le interesa mucho, incluso en París hizo un taller con Jodorowsky (o el hijo, no me acuerdo), los tres nos enganchamos a hablar del asunto. Como yo no sé casi nada al respecto, mis intervenciones fueron más para preguntar y comentar.
André dijo que el tarot era un mundo bastante complejo, que podía revelar verdades y conocimientos profundos del ser humano. Afirmó que su lectura representaba la jornada del héroe y me mostró una carta con una figura masculina. Eso fue curioso porque justamente ese tema me viene acompañando desde hace un buena rato, ya que me remite a la Odisea de Homero (y la de Joyce también), a Ulises como ese primer gran héroe de la literatura occidental que tiene y quiere volver a su hogar, pero debe pasar por unas pruebas las hijueputas para conseguirlo. Inclusive desciende al Hades y vuelve con vida para contarlo. Porque eso es lo heroico: volver con vida para contar la historia, para revelar un conocimiento. Si muere durante la jornada no es un héroe sino un mártir. Bueno, eso no lo digo yo, creo que es de Campbell. Pero lo que yo sí pienso es que cada día encaro más la vida en general y la mía en particular así. Todos tenemos que cumplir una jornada para volver a casa y no sucumbir en el camino. Y en este jodido mundo esa jornada a veces se hace una mierda y para no morir hay que tener cuatro huevas o cuatro ovarios. No es fácil. Pero también se trata de cómo se encare esa jornada, si es para llorar y quejarse o para levantarse de los golpes, limpiarse con babas las heridas y seguir luchando. Pero, pero, y hago énfasis en esto, intentando hacer ese camino más agradable, con la espada del humor, de la risa, de la ironía, del sarcasmo, romper el miedo y disfrutar el presente, imponiendo y celebrando la vida sobre la muerte. Pues así pienso yo, no sé…
A pesar de mi escepticismo constante, lo que decía André tenía sentido. Nos dio hambre y comenzamos a decidir a dónde ir. Con esos dos paulistas yo me limité a escuchar y escoger el lugar que me pareciera más atractivo. André sugirió algunos, entre ellos uno de comida peruana, que según él era sencillo, popular, la comida bien rica y barata. Pues para mí eso ya fue suficiente. Ellos estuvieron de acuerdo y listo, nos fuimos pa´llá.
Llegamos al restaurante y cuando vimos el nombre oh sorpresa: “Restaurante Pachamama”. Aquí está la foto para que no digan que estoy diciendo mentiras:
Con Rose nos cagamos de la risa: “Olha só velhoooo, e a gente falando do tarot. Tá vendo, nada é por acaso!” “Pois é Rose, embora tirar foto”.
Rose y yo le hablamos a André un poco del proyecto Pachamãe. A él le pareció súper interesante y quedamos en conversar más al respecto. Nos sentamos en una pequeña mesa que estaba desocupada. Efectivamente el restaurante era de comida peruana hecha por peruanos. Vimos el menú y todo parecía muy bueno. Ordenamos sopita (me encantan las sopas), no me acuerdo ahora el nombre y un ceviche. Mientras venía la comida retomamos nuestra charla sobre el tarot. André sacó las cartas y dijo que la mejor forma de conocer más sobre él era jugándolo. Yo le dije que claro, que de una. Pero le pedí que me hablara un poco de las cartas. Fue seleccionando y diciendo lo que cada una representaba. Rose iba enriqueciendo las explicaciones de André, y yo hacía asociaciones con los arquetipos de Jung, la semiótica y otras limitadas herramientas que tengo para tratar de entender lo que escuchaba. Les dije entonces que por lo que decían el tarot era como una especie de conjunto simbólico, conformado por arquetipos que tienen cargas míticas y semánticas muy antiguas, fuertes y representativas. Qué sé yo, era lo que se me venía a la cabeza. No voy repetir la explicación de cada carta porque esto se haría más largo y el que tenga interés que averigüe.
André ordenó la baraja, la revolvió, la puso encima de la mesa, me dijo que la cortara, que abriera el maso y escogiera una carta.