“MI VERGA Y YO” – ANECDOTAS SOBRE MASTURBACIÓN, ONANISMO Y ASUNTOS DE ESTE JAEZ

Cassieldante

Os deuses Nut e Geb (céu e terra), frutos da masturbação do deus egípcio Atum

    Sobre la masturbación existen pocas referencias históricas, literarias y filosóficas, lo que corrobora el gran tabú que existe alrededor de este tema. Sin embargo, supongo que desde que el hombre es hombre, desde que existió un pene, una vagina y una mano, debió de existir la masturbación. Pido excusas al género femenino, pero, por mi insuficiencia teórica y empírica, me concentraré en la masturbación masculina. Bien reza la máxima popular, practicada por pocos, que se debe hablar de lo que se sabe, de lo que se conoce y no de lo que no se sabe ni se conoce. Y aunque yo sepa y conozca un poco, no me considero un experto. El mundo vaginal aún tiene muchos misterios para mí. Por eso, les dejo a ellas el placer de elucubrar sobre lo que en esta materia les corresponde.

            Las primeras noticias que tenemos sobre el asunto (sin tener en cuenta a Oriente, posiblemente allá existan otras fuentes) provienen de la Biblia, del libro del Génesis. Allí se narra que tras la muerte de Er, Dios (Jeohová, Javé) ordena a Onán, hermano de éste, que tome por esposa a la viuda, Tamar, y que la fecunde para no perder la descendencia de Er, pues según la ley judía el hijo de Onán y Tamar sería considerado el primogénito y heredero de Er (por ser hermano mayor) y no de Onán. Así, éste con miedo de que el hijo producto de sus relaciones con Tamar pudiera tener más poder que él, derramaba su semen en la tierra cada vez que se acostaba con ella, evitando la fecundación de la mujer. Su desobediencia desata la furia de Dios quien lo elimina de la faz de la tierra. De ahí proviene el termino onanismo, el cual es comúnmente confundido con la masturbación o el autoerotismo, cuando en verdad se trata de coitus interruptus, como podemos deducir de la narración bíblica.

            Claro está que el Génesis no da detalles que serían esclarecedores, como si Onán sacaba la verga justo antes de eyacular o si tenía que darle unas buenas sacudidas para lograr el chorro espermatozoídico. Por experiencia personal, y creo que muchos colegas estarán de acuerdo conmigo, considero más plausible la segunda opción. Lo común cuando uno no se quiere venir dentro es sacarlo y ayudarse con la mano, propia o ajena (mucho mejor si ésta viene acompañada de labios y lengua) para alcanzar el orgasmo. Sea como sea, el relato bíblico constituye una de las primeras referencias a la milenaria y nunca bien ponderada práctica de la masturbación.

           Por otro lado, pienso que lo mejor para hablar sobre este tema, y de paso el homenaje que le puedo ofrecer, no es haciendo un recuento histórico o un ensayo académico y sí hablando de mi experiencia individual, de mis vivencias y de mi humilde conocimiento sobre el asunto.

            Entoces, como dicen las damas de Sade al iniciar sus relatos, todo comenzó en mis años de infancia. Ya en esta época experimentaba fuertes erecciones suscitadas por alguna modelo o actriz ligera de ropa que apareciera en la tele, a la cual siempre fui aficionado. Bastaba con que saliera una linda chica en la pantalla para que ese pedazo de carne se hinchara y luchara por salir de mis calzoncillos. Asombrado por este fenómeno y desprovisto de cualquier malicia corría a decírselo a mi madre, utilizando una frase que se iría a repetir durante varios años: “mami, se me paró el pipi”. Ella sorprendida e hilarante, para sacarme del paso respondía: “pues métalo en agua fría”. Esto ocasionaba un dilema para mí, pues a la vez que deseaba calmar la tensión que mi “pipi parado” me generaba, no quería perderme detalle de las películas o programas que estaba viendo. Así que agarraba de la cocina alguna tasa, ponía agua fría y metía allí mi tierno pero precoz pajarito mientras continuaba viendo la tele. El problema era cuando llegaban mis hermanos mayores y me sorprendían sentado en el sofá como un pachá (así decían), con la verga metida en las tasas en que ellos tomaban el café o el chocolate. Pegaban el grito en el cielo: “mamáaaaa este chino huevón está con el bichiro en los pocillos del desayuno, no joda, que asco”. Y a mí, tras un respectivo coscorrón, me alegaban: “No sea cochino huevón, vaya haga eso en el baño”. Mi madre, como siempre (ayyy que santa que es mi madre), salía en mi defensa: “ahhh dejen al niño tranquilo, no lo molesten. ¡No ven que él es pequeño, eso no tiene nada!” Respaldado por mi madre les lanzaba una mirada de desprecio y continuaba viendo mis programas con mis gafitas de culo de botella y mi pipicito en agua fría. Con el tiempo, como todo en la vida, terminaron por acostumbrarse y hasta les parecía divertido. ¡Ay, qué veladas fraternales tan amenas…!

            El problema fue cuando una noche mi padre, que era taxista y acostumbraba a llegar tarde, volvió un poco más temprano, abrió la puerta de la sala y me encontró en esta bella y placentera práctica. Recuerdo que por unos segundos quedó estático, con la boca abierta y mirándome fijamente, cuando logró reaccionar se fue acercando hacia mí con los ojos abiertos de par en par y emitiendo gruñidos asustadores. ,Me agarró de la patilla (una de sus prácticas de castigo más utilizadas) y me condujo hacia la cocina, mientras, acompañado de sonidos guturales (cavernícolas, podríamso decir), decía: “Usted es que es huevón o se hace? No sea cochino. Cómo se le ocurre hacer eso y con los pocillos del café”. Después a gritos llamó a mi mamá: “Mujeeeeerrr, mire lo que su hijito está haciendo. Qué porquería, qué falta de respeto”. Y ella de nuevo a defenderme: “Ayyy eso no tiene nada y suéltelo que lo está lastimando”. Con una patada en el culo me despachó mi padre mientras ellos seguían discutiendo. Con el pipi por fuera y la tasa con agua fría en la mano me fui corriendo para el baño. Tras este incidente, mi sana costumbre continuaría por algunos años, claro que a escondidas de mi padre, pues a ese paso yo hubiera terminado sin patillas y mi madre sin esposo.

            Tal vez todo ese escándalo que hicieron mi papá y mis hermanos y esas palabras como “cochino”, “huevón”, “porquería”, hicieron que en los años venideros la relación con mi pene no fuera tan fraternal y profunda como mi instinto lo demandaba. A eso se suma que los estudios primarios los realicé en un colegio evangélico, presbiteriano, más específicamente: el colegio Diego Colón. Ahora que lo pienso es curioso que un colegio protestante tuviera el nombre de un personaje histórico y desde luego católico, pero bueno, eso poco importa para nuestro relato, a no ser que el mentado Diego Colón fuera un gran masturbador, cosa que desconocemos, probablemente lo fuera en sus horas libres. Uno qué sabe.

            Volviendo a nuestra historia, ya supondrán ustedes que lo que primaba en esta institución no era una educación laica y liberal. ¿Clases de educación sexual? Ni en las curvas. Todo lo contrario, la instrucción religiosa (cantos, oraciones, historia bíblica, etc.) y el temor a Dios era el pan de todos los días. La cosa no mejoró en la escuela secundaria, pues de colegio evangélico pasé a colegio salesiano. Porque al que no le gusta la sopa, se le dan dos platos. Aunque para ser sincero a mí no era que me disgustara del todo el rollo religioso. Por el contrario, aunque el pipi siguiera parándoseme y aunque mi mayor fascinación fuera ver mujeres desnudas, chuparle la cuquita a mis primitas y agarrarles todo cuando se dejaban, las historias de la Biblia, del antiguo y del nuevo testamento, me gustaban, así como muchos cantos e himnos. Tenía mis inquietudes espirituales, por decirlo así. El caso es que en el Instituto Salesiano San José, la relación con mi pene no tuvo grandes avances.

            Este colegio, donde cursé toda la secundaria, para mi gran desdicha, era exclusivamente masculino y aunque intentara no parecerlo tanto, con aquella filosofía de Don Bosco (que aquí entre nos creo que era un puto pedófilo y un masturbador de aquí a Pekin), de la pedagogía con amor y todas esas patrañas, tenía una férrea disciplina y un profundo dogmatismo religioso. Formación a las 6:30 de la mañana, con un puto frío, propio de la sabana bogotana, que nos dejaba con escarcha en el pelo y en las pestañas y hacía que la víbora masculina más feroz y caliente se agazapara en cualquier rinconcito del calzoncillo. Oración a María Auxiliadora, oración a San José, Padre Nuestro, informaciones generales. Los famosos “Buenos días”, que se le ocurrieron al hijueputa italiano ese, por allá en Turín y estos maricas curas nos los llevaron a las alturas cundinamarqueses. Eucaristía cada semana. Clases de religión (católica, claro) y además de salesianidad. “Salesianidad”, imagínense ustedes. ¿Y qué putas será eso?, se preguntarán. Pues fue lo mismo que me pregunté yo cuando vi ese nombre en la lista de materias. Pues nada más ni nada menos que la instrucción para ser un buen salesiano, siguiendo el ejemplo del cura maricón ya mencionado, su fundador, de su mocito de cabecera, que fue santificado y todo: Santo Domingo Savio, del rebelde regenerado, Miguel Magone, más conocido como el “Pandillero de Dios” (yo sé que es para cagarse de la risa, pero es verdad), y toda las sarta de mentirosos, estafadores y vividores de la fe que después mantendrían, exportarían y desarrollarían el negocio. Lo curioso es que los dos noviecitos de Don Bosco murieron con apenas 14 años, el primero, y de 13 el segundo. Si fueran nuestros tiempos habría que mandarle el Don Bosco ese a los de CSI o, mejor, a Dexter. Y así era que en el Instituto Salesiano San José nos querían a todos. El modelo a seguir eran ellos: Santo Domingo Savio y Miguel Magone. ¡Curas malparidos!

            ¿Clases de educación sexual? Pues sí señor, aquí sí. Como se trataba de un colegio privado (y eso que Don Bosco supuestamente decía que la prioridad debían ser los niños de menos recursos, como el “Pandillero de Dios”), al cual llevaban sus hijos familias de clase media, media baja, pero que se creían de alta o alta y media, entonces los curitas tenían que estar a la vanguardia. Como en esos años se estaba hablando tanto de educación sexual y todo eso, contrataron a una psicóloga para hacer esta orientación, impartir estas clases. Su nombre era Ivón. Esta Ivón yo creo que se había ganado el título en un paquete de toallas higiénicas o de papas fritas porque no tenía ni puta idea de lo que era la psicología. Nunca le vi ayudar a nadie, resolver algún conflicto, aliviar a algún desesperado, nada. Recuerdo que la única vez que le vi hacer algo por los estudiantes fue cuando la derrumbaron de un balonazo en la cara, en pleno descanso, o recreo como le decíamos, y se la llevaron toda jetiabierta y desmayada a la enfermería. Fue uno de los días más divertidos de toda la secundaría, no parábamos de reír. Yo creo que hasta hoy nos estamos riendo, bueno, por lo menos yo me sigo riendo.

            La clase era de “educación sexual” y de eso estoy casi seguro que la pobre Ivón no sabía mucho. Era más fea que un carro por debajo, más fea que Mick Jagger o Steven Tyler cagando. Era muy feíta. Esto no quiere decir, por supuesto, que haya una relación estrecha entre belleza y sexo, es decir, que las más bonitas culeen más, mejor, o qué se yo. Todos sabemos que hay de todo: chicas lindas y maravillosas que se quedan quietas como momias en la cama, esperando que el macho afortunado por gozar de su belleza haga todo; y feitas que son un huracán, agujeros negros de arrechera y lascivia. Hay de todo en la viña del Señor… Creo que es más por el lado de la actitud. La pobre Ivon era feita y sin gracia, pa resumir el cuento. Por eso creo que en esas clases teníamos nosotros más para enseñarle a ella que ella a nosotros. Sobre masturbación, ni pio. La única mención que hizo del pene fue una vez en la cual dictó una conferencia de dos horas, con diapositivas y todo, sobre la higiene genital. Es decir, lo único que aprendí con Ivón fue a cómo bañarme la verga. Bueno, algo es algo, peor es nada.

            Con todo esto: mis traumas infantiles, la educación religiosa (que es supremamente persuasiva, la mayoría de mis compañeros de colegio andan todavía, con treinta, cuarenta años, como estúpidos pregonando con orgullo su espíritu y su identidad salesianos y hasta pensarán transmitírsela a sus hijos como el mejor modelo de educación y ejemplo de vida edificante), la falta de buenas clases de educación sexual, etc., hicieron que en esos años de adolescencia se produjera una especie de desarmonía, de disyuntiva, entre mi verga y yo. No sé si lo veía como un pecado, pero sí con vergüenza, con asco. Concentraba más mi atención en asuntos relacionados con la literatura, el cine, la música, es decir, del espíritu, que con las del bajo vientre. Mis amigos y compañeros de clases, por supuesto, sí dedicaban la mayor parte de su tiempo, energía y atención a este campo.

            Siendo un colegio masculino, con más de 600 adolescentes con las hormonas a mil y sin niñas para poder desahogarlas, ya podrán imaginar lo que era ese bando con tanta testosterona acumulada. Una especie de horda bárbara que intentaba liberar un poco esa carga viril con el deporte, los juegos, el bullying (en esta época aún no se mencionaba nada al respecto, pero vaya cómo se practicaba) y, por supuesto, con la masturbación. Claro que el lavado cerebral de la salesianidad ayudaba a calmar y controlar un poco los ímpetus masculinos juveniles, pero afortunadamente no lo conseguía completamente.

            Todos los días llegaba algún estudiante con nuevos relatos sobre innovadoras técnicas de masturbación. Uno decía que se hacía la paja con cascaras de banano porque la sensación era “más rica”. Otro afirmaba pajearse con la clara del huevo porque “resbalaba que era una belleza”. Había hasta acróbatas, como el que decía que se masturbaba levantando una pierna y metiendo la mano por detrás de ella hasta “agarrar la palanca y sacarle el jugo”, o el que aseguraba ponerse en cuatro patas y meter la mano por debajo del culo para “sacudírsela”. Otros describían los concursos pajísticos que hacían en sus casas, premiando al más rápido en venirse o al que el chorro le llegara más lejos. Uno de los más sorprendentes y asquerosos fue el que contó que en su casa compraban piezas de carne de varios kilos para toda la semana y que él en la noche abría la nevera, sacaba el pedazo de carne, le hacía un orificio pequeño y metía allí la verga, agitando el pedazo de carne con las dos manos hasta eyacular dentro. “¡Mucho hijueputa!” exclamamos todos, con cara de asco, horror y risa cuando nos refirió esta historia. ¡Qué puto asco! Pasé vários días sin poder comer carne.

            Los baños del Instituto Salesiano San José, a su vez, eran un verdadero museo de mocos y semen. El usuario podía encontrarse con diversas muestras de material reproductivo. Algunas de ellas hasta tenían dedicatoria: “Ivón, para que te la apliques en la jeta a ver si se te arregla jejejeje”, “Para el padre Padilla, a ver si de una vez confiesa que es marica”, “Para todas las niñas buenas del Colegio la Merced”, “Para las mamacitas del Sagrado Corazón”. Y estaban los más osados que se hacían la paja en la sala de clase. Como el hijueputa de Cesar Cortés, que un día me dice, “Splinter (me llamaba así para compararme con el sensei de las Tortugas Ninja, que era una rata horrible, personificada, con largos bigotes y yo, desgraciadamente, tenía en esa época un llamativo y asqueroso boso que mis queridos hermanos me convencían para no afeitarlo, afirmando que si lo cortaba crecería peor y más grueso), ¿me hace el favor y me saca un bombombum que está en mi bolsillo?, es que tengo las manos sucias, a lo bien”. Pues ahí voy yo, todo inocente y huevón y meto la mano en su bolsillo. Al contrario del esperado pirulito agarro una cabeza caliente, dura y húmeda. ¡Qué asco! “Triple hijueputa Cortés”, le grité. Saqué mi mano inmediatamente mientras él, así como todos los que estaban alrededor, se cagaban de la risa. La técnica para masturbarse de mi querido compañero de clase era a través del bolsillo roto de su pantalón. Metía la mano y se sacaba el masato a pulso mientras escuchaba las clases de algebra, historia, geografía y hasta de salesianidad. Después evolucionó y le gustaba hacerse la paja, con la referida artimaña, sentado en su pupitre mientras “escuchaba la clase”, pero con un amigo metiéndole la regla por el culo (bueno, por encima del pantalón, sin penetracion claro, no dejen volar tanto su pervertida imaginación).

            Estas edificantes anecdotas pueden ayudar a aquellos abnegados pero ausentes padres que se peguntan: ¿qué estará haciendo mi hijo en estos momentos?

            A mí, sin embargo, dichos hechos en lugar de aproximarme más con mi pene y con los placeres de la masturbación, me alejaban y me hacían creer en una especie de superioridad moral, mental. Pensaba que no necesitaba hacer lo mismo que los otros, que yo era diferente, y eso me hacía sentir bien o por lo menos me ayudaba a soportar la imposibilidad de comportarme como los demás. Defecto o cualidad que siempre me ha acompañado. No obstante, a pocos meses de terminar el bachillerato, llevado por la curiosidad y por la idea de: “bueno, qué más dá, ya me voy a graduar. Vamos a ver qué es lo que tiene eso de hacerse la paja”, decidí experimentar.

            Opté por lo clásico, agarré una revista porno, me encerré en mi cuarto, me desnudé de la cintura para abajo y me senté en la cama. Comencé a ver las fotos de las chicas desnudas, en posiciones sexys y, por supuesto, el desfile de culos, tetas y chochas, surtió efecto haciendo que la verga se me pusiera como brazo de limosnero. Desenfundé mi mano cual Clint Eastwood o John Wayne y agarré la pistola. Comencé así con el instintivo ejercicio del sube y baja, alternando miradas a la revista (entonces no contaba con la maravillosa saturación pornográfica de internet) y al ejercicio manual que estaba llevando a cabo. Me invadía una mezcla de miedo, sentimiento de culpa (la puta religión) y placer. Fui acelerando los movimientos de mi mano, haciendo que la sensación de gusto fuera más fuerte. De repente un vértigo pareció atravesarme todo y en el momento de paroxismo dirigí la vista hacia el bendito órgano generador de tanto gozo, siendo recibido por su esencia divina: un esplendido chorro de semen que primero estalló en mis ojos y estuvo seguido de una lluvia de esperma que se estampó en diferentes lugares de mi cuarto.

            Todo chorreado y con la visión empañada me eché en la cama invadido por un júbilo que nunca antes había experimentado. En ese momento de éxtasis comprendí dos cosas, que al final se complementan. Primero: ¡qué acumulación de semen tan hijueputa que tenía! Segundo: cuánto tiempo había perdido y cuan engañado había estado todos esos años. Me habían mentido. y lo peor de todo: yo me había mentido. Me había engañado con toda la mierda y prejuicio que existía con relación a la masturbación. Era todo lo contrario. Lejos de ser ese pecado, esa cosa sucia y prohibida de la cual nadie quiere saber, todos esconden y hasta niegan para no ser juzgados, ridicularizados, la masturbación es una verdadera forma de autoconocimiento. Es la afirmación en el ser, completamente humana y autónoma. Con ella rechazamos la necesidad del otro para satisfacernos. Afirmamos nuestra capacidad de complacernos. Es el ser en el ser, la experiencia del éxtasis proporcionada por nosotros mismos y nuestra imaginación.

            La masturbación es humana, demasiado humana. Solo que durante siglos la puta iglesia nos la ha transfigurado como un pecado, como algo sucio. Lo mismo que ha hecho con gran parte de nuestras pulsiones más esenciales, regocijantes y espontaneas: la risa, el placer, con todo lo que éste implica: mamadas, chupadas, el perrito, el 69, el borde de cama, el paradito, el mico mochilero, el ménage à trois, la orgia cuando pinta, etc. (sin mencionar la homosexualidad, transexualidad, travestismo, con los cuales “La puta”, como la llama Vallejo, ha sido y sigue siendo implacable). En definitiva, la iglesia ha castrado la libertad, en su sentido amplio y profundo. La masturbación (sin sentimiento de culpa) es el ejercicio verdadero y pleno del libre albedrio…

            Es cierto que los filósofos y artistas (griegos, romanos, humanistas, renacentistas, románticos, realistas. vanguardistas y así sucesivamente) han ayudado bastante para que los temas antes mencionados sean vistos con mayor naturalidad y como expresión esencial del ser humano. Ovidio, Catulo, Bocaccio, Rabelais y Cervantes, son un buen ejemplo de ello. Entre sus temas centrales de composición está el deleite del cuerpo; el placer de los sentidos; la exaltación de lo llamado “bajo” del ser humano, con todos sus fluidos (semen, saliva, orina, mierda, sudor, lágrimas); la risa (la capacidad de reírse del mundo, de la desgracia y, sobretodo, de sí mismo). Catulo y Ovidio, algunos personajes de los cuentos de Bocaccio, los gigantes Gargantúa y Pantagruel, Sancho Panza, a través de lo que algunos llaman “lo grotesco”, son una magnifica hipérbole del buen vivir, del follar, del comer y del cagar.

            Con todo, Freud fue el sensei de senseis, el sayayin GT, el Maestro Yoda. Él desvendó gran parte de los prejuicios, mentiras y, en definitiva, de la ignorancia que había (y sigue habiendo) en torno a la sexualidad. Todo el mundo habla de Freud pero la verdad es que pocos lo leen. Además la puta religión sigue con el pie de siglos, de centenas de iglesias, de templos y de creyentes ignorantes, encima de la sexualidad. Y en todas esas la pobre masturbación sigue siendo el patito feo. Todos la práctican y hoy ya muchos la asumen. Dicen que no tiene nada de malo. Entre hombres se habla de ella un poco más abiertamente, pero en presencia de alguna mujer o de alguna figura de poder, por ejemplo, se esconde como un pecadillo que todos conocen y disfrutan pero del que nadie quiere hablar.

            Recuerdo una escena que me impactó bastante cuando vi la película The game, con Michael Duglas y Sean Pean en la que éste último, en el cumpleaños de su hermano mayor (un alto empresario, apuesto y súper bien sucedido, interpretado por Duglas), le regala un pase para un juego que se convierte en su peor pesadilla. La escena pasa cuando le están haciendo un riguroso examen médico a Duglas para poder comenzar el juego. En la prueba psicológica le realizan un soberbio cuestionario y una de las preguntas es “si siente culpa cuando se masturba”. Él se queda pensativo y, haciendo la cara de culo que lo caracteriza, responde que sí. Y es eso lo que en el fondo la mayoría piensa y, peor, siente sobre la masturbación: pura y física culpa cristiana.

            Otra película bien interesante es Don Jon, protagonizada por Joseph Gordon-Levitt, Scarlett Johansson y Julianne Moore. Es muy buena esta película porque el personaje interpretado por Gordon Levitt es un joven pintoso que sigue el modelo de cultura americana: trabaja, hace deporte, es buen hijo, va a la iglesia, se confiesa con el cura, paga sus impuestos, va a bailar, se emborracha de vez en cuando (y hace locuras uhhhh) y se las quiere comer a todas. Conoce a Scarlett Johansson, que como todos sabemos ¡está rebuena!, y claro, se la quiere comer. Solo que ésta le sale más viva y lo va entreteniendo, postergándole el tan anhelado galardón. Al inicio, él, lógicamente, reacciona con disgusto, pero después va viendo estos coprtamientos como señales de una “buena mujer”, una chica diferente, recatada, con escrúpulos, “niña de su casa”, bla bla bla, bla bla bla. “Bela, recatada e do lar”, como diría el vampiro que está en la residencia de Brasil. Así que se enamora. O cree que se enamora. El chico la lleva a conocer a sus padres, ellos quedan encantados, sobre todo el padre que no le quita los ojos de encima y se le escurren las babas cuando ve su maravilloso culo y, por supuesto, felicita a su hijo por lo macho que demostró ser al conquistar una hembra de ese porte.

            Sin embargo, lo más interesante es que el personaje de Gordont Levitt, por encima de todo, es un aficionado a la paja. Es un experto y un vicioso de la pornografía. Aunque se acueste con muchas chicas entiende que no hay nada mejor, como él lo dice en alguna escena, que buscar, buscar y buscar hasta encontrar aquel video perfecto para hacerse una buena paja. El placer total, el maná de los cielos, gratis y nutritivo. El problema es que, cuando finalmente conquista a Scarlett Johanson y ha podido “echársela a la muela” (como dicen vulgarmente en mi patria), y está feliz de la vida, y no se cambia por nadie, y es la envidia de sus amigos, una noche ella lo pilla haciéndose un esplendido pajazo con los videos que acostumbra a ver. La chica queda horrorizada, le hace un escándalo, lo trata como lo más bajo. Lo manda a la mierda de inmediato y con cara de asco, repugnancia y desilusión, lo deja viendo un chispero. En estas conoce en la escuela o instituto donde estudia (pues su novia lo había puesto a estudiar), a Julianne Moore, una veterana, viuda (pero todavía buena), que también lo pilla viendo porno. Solo que ésta en lugar de juzgarlo, le recomienda buen material, se fuman un porro, se lo come en su carro y, en definitiva, le enseña que el amor es mucho más que apariencias: una chica buena para mostrar, un mundo de mentiras y convenciones sociales. Le enseña que se trata más de sinceridad, libertad, aceptación de sí mismo y del otro como seres autónomos e independientes, unidos por necesidades, afinidades, posibilidades y códigos genéticos, pero sin títulos de propiedad o vasallaje.

            Para terminar este ya extenso intervalo cinematográfico, me gustaría citar The wolf of Wall Street, El lobo de Wall Street, de Scorsese, con una soberbia interpretación de Leonardo di Caprio, que hace bastante demostró que era más que un cara bonita y que el bodrio de Titanic. La escena emblemática es cuando el personaje de di Caprio entra a trabajar en la bolsa de New York, y el primer día un colega, interpretado por el también muy bueno Matthew McConaughey, le dice que lo más importante que debe hacer para tener éxito en la bolsa es drogarse y masturbarse varias veces al día (3, 7, no me acuerdo) y enseguida le hace un performance de canto ritual.

            Estas películas, a su manera, nos muestran los tópicos e imaginarios que circulan en la población sobre el tema de la masturbación: pecado, culpa, vergüenza, asco, pero también reflejan cómo ella constituye parte esencial de nuestro ser. Con más masturbadores asumidos y libres de culpa seguramente habría menos violadores, menos asesinos, menos psicópatas, menos pedófilos (curas, pastores, abuelos, padres, hermanos, tíos), menos gente estresada, furiosa e insatisfecha.

            Sería otra la historia si se le hubiese dado a la masturbación el papel que desempeña en el individuo y por tanto en la sociedad. Otro mundo sería si el marica de Sócrates además del Banquete hubiese hecho una buena sesión de discusión, bebida y orgia, como era de su agrado, sobre la masturbación y si el huevón de Platón lo hubiera escrito. Sería otra la historia si los hijueputas de Teodosio y Constantino en la adaptación del cristianismo para el Imperio Romano le hubiesen dado a la masturbación un papel diferente. Es ilógico pensar, por ejemplo, que se instituye un puto voto de castidad, vigente hasta hoy (¡qué insensatez!), sin abrir otra posibilidad de desfogue. ¿Qué hace el pobre cura si no se puede casar, pero tampoco masturbar (sin que sienta culpa)? Freud explica, como dicen. Reprimir. Reprimir hasta donde sea posible y después salir a meterla donde se pueda o, mejor, en el que se deje: seminaristas, niños, mujeres …

            Sería otro mundo, sin duda, si la paja hubiera atravesado la Edad Media libre y desprendida de tanta mierda, para llegar al humanismo y al Renacimiento. Las obras de Da Vinci, Botticelli, Miguel Ángel, Rafael, etc., estarían adornadas de magnificas vergas y chorros de semen. No sería el dedo de Dios sino la mano lo que hubiera pintado Miguel Ángel en la Capilla Sixtina, para otorgársela al hombre: “hijo mío ahí está la mano, mi mano, que toca tu mano para que con ella te satisfagas y no jodas a tus semejantes”. Sería en verdad otro mundo si los cerrados cartesianos, iluministas y racionalistas, además de estar haciendo tabula rasa, creando putas leyes, reglas y toda la joda científica, se hubiesen interesado un poquito también por la masturbación. Y qué hablar de los románticos, realistas, modernistas, simbolistas. Mucha alma, mucho espíritu, mucho idealismo, mucha rebeldía, mucho huir del mundo y todo lo que quieran, pero de paja nada. Bien que Byron, Goethe, Victor Hugo, Bequer, Sthendal, Flaubert, Balzac, Dickens, Dostoiévski, Tolstoi, José Asunción Silva, Machado de Assis, Eça de Queiros, y toda esa sarta de pajuelos, podrían haberle echado una manito a la manito. Y sería otro mundo si el siglo XX cambalache, problemático y febril, con todos sus inventos, avances y prodigios (hasta se llegó a la luna), le hubiera dedicado más atención a la pobre Manuela.

            Hasta Freud y Lacan hubieran podido hacer más en este asunto. Por ejemplo la teoría del espejo sería mucho más interesante si además de plantear que la identificación del sujeto como tal, de su cuerpo, de su identidad, se da a través del reconocimiento de su imagen en el espejo, estableciera que este proceso sería aún más completo si la imagen reflejada fuera la del individuo masturbándose. Sería genial. Pues además de identificarse como individuo, reconocería también (y por lo tanto) su capacidad de autosatisfacción. ¡Ese otro, que se hace la paja y goza de placer en el espejo, soy yo!

            Bueno, esperemos que el siglo XXI sea diferente y por fin se le haga justicia a esa heroína del ser humano, que lo ha acompañado en todas sus luchas y conquistas, pero ha permanecido siempre en los bastidores, en las penumbras de una habitación o de un baño de la História.

            Para terminar mi relato, debo decir que desde aquella noche epifánica en la que me fueron revelados los misterios y encantos de la masturbación, mi vida cambió. Ya no estaba solo, era yo con yo. ¿Porque quién sabe mejor que yo lo que me gusta? Yo sé cuál es el ritmo, la fuerza, la intensidad, las variaciones que mi verga demanda. No tengo que explicar nada, no tengo que fingir, ni seducir, ni mentir, ni rogar. Nada. Cuando la necesito ella aparece. Esa mano con cinco dedos sale para reconfortarme, para sacarme la mala leche acumulada. Me exorciza de mis demonios. Realiza la catarsis de mi hybris. Me devuelve a la realidad más curado, más harmónico y, por ende, más feliz.

Mi compañera Manuela

Así, señores y señoras, ladies and gentlemen, yo Cassieldante, me asumo como masturbador. Pero no un simple masturbador, ¡un gran masturbador!. Adoro cogerme la verga, mirar y mirar videos porno mientras me halo la pita. Me encanta buscar y rebuscar hasta encontrar el video, la foto o el pensamiento adecuado para, completamente libre y desinhibido, largar hermosos chorros de semen. La masturbación y su más fiel compañera Manuela, me han consolado en horas difíciles, horas de hambruna sexual, de escasez vaginal, de soledad, de frío, calor y nieve. Viaja conmigo por todos los caminos, es mi dulce compañía, no me desampara ni de noche ni de día. Por eso, queridas mujeres (esposas, amantes, amigovias, deslices, admiradoras, detractoras…), todas me encantan, a todas las amo, sin ustedes me muero, pero yo con mi Manuela me quedo. Y queridos congéneres, recuerden esa hermosa e irrefutable máxima de la filosofía popular: “el que niega la paja niega a su madre”.

 

Um comentário sobre ““MI VERGA Y YO” – ANECDOTAS SOBRE MASTURBACIÓN, ONANISMO Y ASUNTOS DE ESTE JAEZ

  1. Un humilde comentario de Margarito Ledesma Filho
    Una crónica valiente de la costumbre de toda una vida, cuyo autor a riesgo de ser llamado masturbador, desnuda su “modus operandi” y detalles de ese jaez. ¿Cómo asumir la masturbación? Asunto trascendental. ¿Somos capaces de admitir que lo hacemos, de compartirlo en Facebook, por ejemplo?: “fulano de tal se está masturbando en un evento cerca a tu ubicación”. Y en lugar de “Me gusta”, “Me masturbo”, como un superlativo de este. Entonces la manito con el pulgar erecto se remplazaría por un pequeño pene con la cabeza en alto. Cassieldante propone una ruptura con las prácticas de sí sobre sí (como diría Foucault). Y es que ¿quién admitiría que frecuenta prostitutas o que ve porno? ¿Se lo comentaría a la novia, a la esposa, a los hijos, a la mamá? o ¿será que cuando atiende una llamada y le preguntan qué hace, dirá “aquí, masturbándome”?
    Sin embargo, el autor olvida reconocer a los mayores censores de esta costumbre en la actualidad: iglesias cristianas, y sus líderes. Pastores de la talla de Álvaro Gámez en la iglesia Salem, quien daba “ministraciones” a sus feligresas, pero era un militante antimasturbación con el célebre hastag en redes #-masturbacion+cristo. El testimonio de Cassieldante también propone una ucronía que plantea el ejercicio de pensar en la masturbación como una de las bellas artes. Sin duda una tarea para Marty Mcfly y el doctor Emmett Browm: ir al punto preciso del pasado para influir sobre el registro escrito que condena usar la mano contra sí mismo.
    Por eso no sería descabellado pensar ¿cómo se comportaría la humanidad hoy?, ¿nos odiaríamos menos?, ¿seríamos más egoístas?, ¿no habría sobrepoblación y por ende sería este un mundo sustentable?, ¿quizá sea la mejor respuesta al cambio climático?, ¿qué efectos hubiese tenido sobre el capitalismo? Eso no lo sabremos nunca; lo que si podemos hacer es elucubrar, y eyacular posibilidades, como un ejercicio mental que propone Cassieldante.

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